viernes, 12 de marzo de 2010

Primer extracto

¿Dónde andas, Paula? ¿Cómo serás cuando despiertes? ¿Serás la misma extraña mujer o deberemos aprender a conocernos como dos extrañas? ¿Tendrás memoria o tendré que contarte pacientemente los veintiocho años de tu vida y los cuarenta y nueve de la mía?
Dios guarde a su niña, me susurra con dificultad don Manuel, el enfermo que ocupa la cama a tu lado. Es un viejo campesino, operado varias veces por el estómago, que lucha todavía contra el estropicio y la muerte. Dios guarde a su niña, me dijo también ayer una mujer jóven con un bebé en los brazos, que se había enterado de tu caso y acudió al hospital a ofrecerme esperanza. Sufrió un ataque de porfiria hace dos años y estuvo en coma más de un mes, tardó un año en volver a la normalidad y debe cuidarse por el resto de sus días, pero ya trabaja, se casó y tuvo un niño. Me aseguró que el estado de coma es como dormir sin sueños, un misterioso paréntesis. No llore más, señora, dijo, su hija no siente nada, saldrá de aquí caminando y después no se acordará de lo que ha pasado. Cada mañana recorro los pasillos del sexto piso a la caza del especialista para indagar nuevos detalles. Ese hombre tiene tu vida en sus manos y no confío en él, pasa como una corriente de aire, distraído y apurado, dándome engorrosas explicaciones sobre enzimas y copias de artículos sobre tu enfermedad, que trato de leer, pero no entiendo. Parece más interesado en hilvanar las estadísticas de su computadora y las fórmulas de su laboratorio, que en tu cuerpo crucificado sobre esta cama. Así es esta condición, unos se recuperan de la crisis en poco tiempo y otros pasan semanas en terapia intensiva, antes los pacientes simplemente se morían, pero ahora podemos mantenerlos vivos hasta que el metabolismo funciona de nuevo, me dice sin mirarme a los ojos. Bien, si es así sólo cabe esperar. Si tú resistes, Paula, yo también.
Cuando despiertes tendremos meses, tal vez años para pegar los trozos rotos de tu pasado o mejor aún podemos inventar tus recuerdos a medida según tus fantasías; por ahora te contaré de mí y de otros miembros de esta familia a la cual las dos pertenecemos, pero no me pidas exactitudes porque se me deslizarán errores, mucho se me olvida o se me tuerce, no retengo lugares, fechas ni nombres, en cambio jamás se me escapa una buena historia. Sentada a tu lado observando en una pantalla las líneas luminosas que señalan los latidos de tu corazón, trato de comunicarme contigo con los métodos mágicos de mi abuela. Si ella estuviera aquí podría llevarte mis mensajes y ayudarme a sujetarte en este mundo. Has emprendido un extraño viaje por los médanos de la inconsciencia. ¿Para qué tantas palabra si no puedes oírme? ¿Para que estas páginas que tal vez nunca leas? Mi vida se hace al contarla y mi memoria se fija con la escritura; lo que no pongo en palabras sobre papel, lo borra el tiempo.
[...]
La escritura es una larga introspección, es un viaje hacia las cavernas más oscuras de la consciencia, una lenta meditación. Escribo a tientas en el silecio y por el camino descubro partículas de verdad, pequeños cristales que caben en la palma de una mano y justifican mi paso por este mundo.
[...]
Desde que enfermaste sólo me alcanzan las fuerzas para acompañarte, Paula. Llevas un mes dormida, no sé cómo alcanzarte, te llamo y te llamo, pero tu nombre se pierde en los vericuetos de este hospital. Tengo el alma sofocada de arena, la tristeza es un desierto estéril. No sé rezar, no logro hilar dos pensamientos, menos podría sumergirme en la creación de otro libro. Me vuelco en estas páginas en un intento irracional de vencer mi terror, se me ocurre que si doy forma a esta devastación podré ayudarte y ayudarme, el meticuloso ejercicio de la escritura puede ser nuestra salvación. Hace once años escribí una carta a mi abuelo para despedirlo en la muerte, este 8 de enero de 1992 te escribo, Paula, para traerte de vuelta a la vida.


Isabel Allende - "Paula"