viernes, 28 de agosto de 2009
jueves, 27 de agosto de 2009
Pequeña criatura
"¿Cómo ha ido todo? ¿Me has echado de menos? ¿Sabes,? anoche apareciste en mis sueños, llevabas menos ropa".
"Hoy he encontrado en el Segunda Mano un piso modesto, céntrico, barato, en el paraíso apenas a unos minutos, si vamos en Metro, del resto del mundo".
Sueño con ello mientras mi calor te espera. Impaciente, inexperto, yo quemo la cena. Llegas tarde a casa.
"¿Dónde te has metido? Te creía perdida". Me besas y aguantas mis bellas mentiras. Traes por fin la calma.
Un día de estos te doy un susto y te pido, seria y formalmente, que te cases conmigo. Ay, mi vida, un día el susto te lo doy yo a ti, y si me preguntas, te respondo que "sí".
Pequeña criatura, la esencia más pura va en frasco pequeño. Amor mío, ya lo sé, el mismo recipiente también encierra veneno.
Asumo el riesgo, te miro y planeo una vida contigo cargada de sueños. Y si no se cumplen cuando despertemos, con la luz del día ya veremos lo que hacemos.
Pequeña criatura, la esencia más pura va en frasco pequeño. Amor mío, ya lo sé, el mismo recipiente también encierra veneno.
Asumo el riesgo, te miro y planeo. Si te falta una almohada, yo te presto mi pecho. Y si no te amoldas a sus recovecos, con la luz del día ya veremos que hacemos.
Principio de incertidumbre
Puede que las redes traigan cuellos rotos, negras plumas de cormorán, que tiemblen los semáforos, las radios callen y se derrumbe la ciudad. Puede que te saque de mis brazos tu marido o el despertador, que te interrumpa el desayuno el vuelo de un B-52.
Puede que todo siga igual. También puede que no sea así y encuentres el mercurio de mi voz empapando tu contestador, y florezcan los olivos en el valle de Hebrón. Puede que te queme el hielo,
o la luz del televisor.
Puede que te cite el parlamento y decrete el blanco y negro, que sonrían ángeles heridos en la sección de sucesos, que alimentándose de humo se quiebre cual cristal esa mujer. Que trepe una serpiente por sus piernas infinitas. Puede ser.
Puede que todo siga igual. También puede que no sea así. Quizás banderas blancas tu habitación alumbren y mi amor esté cerca y los dioses duden. Y este sea un buen principio, principio de incertidumbre. Puede que te salves. Puede que amanezcas conmigo y las espadas se entierren.
Puede que todo siga igual. También puede que no sea así y encuentres el mercurio de mi voz empapando tu contestador, y florezcan los olivos en el valle de Hebrón. Puede que te queme el hielo, o la luz del televisor. Una posibilidad existe de que amanezcas conmigo y los cañones se oxiden.
miércoles, 19 de agosto de 2009
martes, 18 de agosto de 2009
miércoles, 29 de julio de 2009
El del espejo
viernes, 26 de junio de 2009
En qué creo

Creo en la sombra que oculta el sol y en la luz que irradia la luna.
Creo en todo lo que dice mi madre, sin importar que sea mentira.
Creo en algunas cosas de las que dice mi padre.
Creo que soy capaz de llevarme al mundo por delante, con los ojos cerrados y los pies bien plantados en la tierra.
Creo que soy incapaz de hacer algo por mi misma, confiando completamente en mi.
Creo en los amores de jardín de infantes, de primaria y de secundaria.
Creo en los amores platónicos.
Creo en la perfección del cuerpo en su grado más absoluto; en siluetas perfectamente imposibles de imaginar y mucho menos de poseer.
Creo en esa frase que dice que “después de la tormenta siempre sale el sol”.
Creo en la existencia de un niño dentro de cada uno; en la eternidad de la infancia y de la inocencia.
Creo en la amistad entre el hombre y la mujer, sin deseos pasionales de por medio, sin un acercamiento físico frustrado.
Creo en los hermanos, en los amigos y en la belleza que esconden los hermanos de los amigos.
Creo en que todas las personas se acercan a otras para obtener de ellas un beneficio.
Creo en que las relaciones surgen sin ningún interés previo.
Creo en el miedo que tengo antes de dar una prueba, en el temblor de los labios, en los dolores de estómago, de cabeza y las nauseas que ellas provocan.
Creo en el amor para toda la vida.
Creo en la existencia de un solo gran amor en la vida y en la poca probabilidad de permanencia junto a esa persona, o si quiera de ser correspondida.
Creo en el olor que desprende mi almohada cada mañana.
Creo en el dobles que dejo en mis sabanas después de una siesta.
Creo en las pastas dentales, los perfumes, los aromatizantes de ropa, los shampoo con alguna fragancia frutal y las cremas humectantes.
Creo en la impotencia que me daría pararme junto a la Torre Eiffel.
Creo en la locura del otoño, la dureza del invierno, la lujuria de la primavera y la libertad del verano.
Creo en la belleza que se esconde detrás de cada hoja seca que se desprende del árbol durante el otoño.
Creo en el perdón; en que los rencores, por más que quisiera, no duran toda la vida y que los lazos son más fuertes que las traiciones más crueles que podamos sufrir.
Creo en los lazos de sangre.
Creo en la amistad por sobre todas las cosas.
Creo en las sonrisas imperfectas que se esconden en bocas asimétricas, con dientes imperfectos, labios imperfectos y lenguas afiladas.
Creo en las personas que quieren cambiar.
Creo en las personas que quieren impulsar el cambio.
No creo en la política. Creo que soy incapaz de entenderla.
Creo en la libertad.
Creo en las historias que leo en los libros, que escucho en las canciones, que cuentan en la radio y que veo en la televisión.
Creo que soy consumidora compulsiva de helado.
Creo en la magia que se esconde en cada pochoclo.
Creo en todo lo que escribe Ismael Serrano; en que si se callase el ruido, no sólo oirías la lluvia caer, si no que te oiría hablar en sueños, podríamos hablar y entenderías que todavía nos queda la esperanza. Creo en sus amores imposibles que miran al cielo y piden un deseo, que escriben en canciones el trazo de una estrella; que realmente hay cartas que nunca se envían, botellas que brillan en el mar del olvido y que siempre la excusa más cobarde es culpar al destino por ello.
Creo en las historias que canta Ricardo Arjona, en la pasión que despierta en mí y en la no poesía de sus letras.
Creo en lo maravilloso de un libro de Isabel Allende, en lo estrepitoso de un libro de Cielo Latini y en la pasión de los poemas de Neruda.
Creo en las novelas, en los cuentos de hadas, en las historias de terror y en las comedias.
Creo en el amor a primera vista.
Creo que todavía estoy a tiempo de ser una princesa.
Creo que puedo ser actriz, cantante, modelo, periodista, diseñadora o lo que se me ocurra mientras duermo o mientras me baño.
Creo en que no se distribuir mi tiempo.
Creo en que mi abuelo fue, es y será el mejor abuelo del universo.
Creo en que mi abuela es la mujer más hermosa del mundo. Creo en su cuerpo circular, en la blandes de sus brazos, de su torso, de sus piernas; en su sonrisa desdentada; en el brillo de sus ojos y en sus comidas.
Creo en que nunca voy a ser la persona favorita de nadie.
Creo en que no tengo personas favoritas.
Creo en los abrazos y en los chistes de mi papá.
Creo en la paciencia de mi mamá.
Creo en la bondad de mi hermano.
Creo en la locura y la inteligencia de mi hermana.
Creo en este segundo.
Creo en que ayer, hoy era mañana.
Creo en la existencia de la vida después de la muerte.
Creo en la muerte del cuerpo, no del alma.
Creo en el amor que me dan mis perros.
Creo en que mi perro puede hablar.
Creo en la sabiduría de la naturaleza.
Creo en el estomago de las mariposas.
Creo en la suciedad del teclado.
Creo en mis obsesiones, en mis pasiones y en mis limitaciones.
Creo en mi locura, en mi frustrante perfeccionismo.
Creo en los errores de tipeo, de ortografía y de combinación de colores.
Creo en mi misma.
Creo en los demás.
Creo en que no creo en nadie.
Creo en que no creo en nada.
No creo en mí.
miércoles, 25 de febrero de 2009
24 de Febrero. Medianoche.
martes, 10 de febrero de 2009
El Instante

- Camila – te dije, pero mi cabeza no fue tan rápida como para formular la pregunta que seguía y, con un tono irónico, me dijiste:
- Yo soy Ramiro, gracias por preguntar.
Y así, con un poco de ironía y muchas risas de por medio, compartimos nuestra primer tarde juntos, intercambiamos teléfonos y unos pocos meses después éramos inseparables. Yo casi llegaba a los 30 años y vos los pasabas por unos pocos meses. Nos habíamos encontrado en el momento justo.
Pasó un año y decidimos que ya era hora de formar una familia. Sabíamos que ese amor que había nacido aquella tarde en la plaza de la Catedral iba a derivar en los hijos más hermosos y en los mejores años de nuestras vidas… y así fue.
Al poco tiempo de dar el sí en la Catedral, cuya plaza unió nuestras vidas, llegó Agustina. Era la beba más hermosa, tenía el mismo brillo que vos en la mirada, una pelusa de pelo rubio en la cabeza y unas piernas largas y delgadas.
Pasaron unos pocos años, casi tres para ser exacta, y llegó Federico. En él pude apreciar esos hoyitos en las comisuras de los labios igualitos a los tuyos pero, indudablemente él si tenía mis ojos.
La vida siguió sin grandes sobresaltos. Éramos una familia “tipo”, normal, pero sin duda el amor que nos teníamos nos diferenciaba de cualquiera otra.
Los chicos crecieron, se graduaron. Fede se fue a vivir sólo cuando obtuvo su título de ingeniero, pero Agustina no dejó la casa hasta que Martín le propuso matrimonio.
Con los años, la casa se lleno de nietos, pañales, risas y llantos. Todos crecieron fuertes, sanos y hermosos. ¡Por Dios que hermosos eran! En cada uno de ellos, te veía reflejado. A sus padres también pero la imagen de su abuelo, tu imagen, tu brillo en sus ojos, esas sonrisas hermosas y perfectas predominaban.
Algunas mañanas sentía que el tiempo se nos acababa y que la vida quería llevarnos con ella. Lo cuidé, lo amé y le regalé mi alma. Nuestro amor fue siempre tan evidente pero sólo vos supiste cuanto te amé, cuanto te amo.
La vida te arrebató de mis brazos pero me dió tiempo a despedirme, suave, lenta y amorosamente como vos lo merecías.
Después de tantos años estoy sentada otra vez aquí, en este banco de la plaza de la Catedral, esperando; dejando la vida pasar. Escucho un ruido, nada alarmante pero llama mi atención y una brisa me acaricia la mejilla. Sólo puedo cerrar los ojos y sentir ese beso cálido que sopla en mis mejillas.
Abro los ojos. Hacerlo me aterró. Volví a mis casi 30 años y vi pasar a un joven, hermoso, esbelto pero que jamás dio dos pasos hacia mi, no me sonrió ni fue el amor de mi vida. No al menos en ese instante. Pero esa brisa… esa brisa lo dijo todo y fue la que me hizo volver cada tarde a la plaza de la Catedral a sentarme en este banco. La realidad es que esperé. Esperé años y lo vi pasar una vez más. Esta vez me vió. Me sonrió. Yo sigo esperando a que la vida continúe, el quizás me hable y me ame. Y sigo esperando.
miércoles, 4 de febrero de 2009
Cuatro de Febrero de Dos Mil Nueve
Isabel Allende - "LA CASA DE LOS ESPIRITUS", Rosa, la bella