lunes, 14 de febrero de 2011

Despierta

Despierta.
No mires pasar los días como quien ve caer la nieve sobre la ciudad que siempre habitas. No dejes que el trabajo te escupa de la oficina como al hueso del melocotón arrancado del árbol de la vida.
Despierta, deshazte del alga que arrastró la marea hasta la cama y que enreda tus sueños y tus piernas, del algodón azucarado que tercamente se adhiere a tu camisa y a las palmas de tu mano, de la niebla pixelada que esparce el ventilador de tu computadora, soledad en pantalla plana e incandescente.
Sube corriendo por el andamio que cubre la fachada gris de la memoria, aquel que levantamos para restaurar los recuerdos, la identidad perdida, aquello que hoy es sombra y ayer fue una herida luminosa que mostrabas con orgullo en la taberna.
Sube corriendo por el andamio hasta lo alto de tu casa, allá donde se curva el horizonte y desde donde se divisa todo lo perdido.
Entonces grita que amas, que bebiste el licor amargo de los que, aún fracasando, se empeñan en recordar qué debe ser vivir.
Grita y recuerda, que aún no ha anochecido y hay quien espera tu sonrisa clara abriendo todas las persianas.
Despierta, aún estás a tiempo de tener algo que contar cuando, ya de madrugada, la hoguera ilumine a los rostros que esperan impacientes quemarse con las brasas de tu historia, la savia última de la vida hecha recuerdo, palabra ahora cautiva de estos días de desastre, en los que todos duermen, mientras nievay yo te busco en los tejados.

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